Análisis

¿ES JUSTIFICADO EL DESPIDO POR AGRESIONES FÍSICAS Y VERBALES?

Autor: Federico Ballotta

La Sala I de la Cámara Nacional de Apelaciones del Trabajo recientemente dictó sentencia en el expediente “PUCA JUAN CARLOS c/ RUFORE SRL s/ DESPIDO” mediante el cual consideró “desproporcionado e irrazonable” el despido de un empleado de nueve años de antigüedad y legajo impoluto, que había (no digo “habría”, en potencial, porque efectivamente quedó probado en el juicio) agredido físicamente a un compañero y verbalmente a su superior.

Para llegar a esta conclusión los jueces indican que, de las declaraciones testimoniales brindadas por los testigos propuestos por el actor, ninguno de ellos ha manifestado haber tenido problemas con el actor. Es más, la calificación de la relación entre ellos iba desde “normal” hasta “excelente”. Mientras que los testigos de la empresa indicaron que la relación con el actor era escasa, o formal.

Afortunadamente, existen diversos fallos dictados por otras salas de la Cámara que condenan este tipo de acciones, como por ejemplo la Sala V que ha dicho que “la acción física llevada a cabo por el reclamante contra un compañero de trabajo carece de toda justificación, y no resulta tolerable, lo que torna por su culpa insostenible la prosecución del contrato de trabajo y justifica la decisión rupturista adoptada por la empleadora” (D. F., N. A. c. Gustavo E. Rigoni S.R.L. s/ despido), o la Sala III cuando indicó que “el trabajador le faltó el respeto a un superior en forma agresiva y violenta, lo que impide la prosecución del vínculo laboral. Señalo que el resultado sería el mismo, si lo ocurrido fuese con un compañero, puesto quien así se comporta no falta solo a las reglas propias del contrato de trabajo, sino de la vida en comunidad”, entre muchos otros.

Sin embargo, la Sala I le otorga al hecho violento el carácter de “anomalía aislada” que no ameritaba la ruptura del contrato de trabajo por parte de la empresa. Pero hagamos un ejercicio mental:

Imaginemos que la empresa, en una actitud premonitoria, hubiese sabido el resultado del hipotético juicio de antemano y decide simplemente suspender al empleado agresivo en lugar de despedirlo ya que, esto último sería desproporcionado. Ahora, ¿qué pasa cuando el empleado agresivo se reincorpora a su trabajo tras haber cumplido el castigo de su empleador? O, mejor dicho, ¿qué pasa con el compañero de trabajo agredido quien, habiéndose comportado como corresponde, debe continuar con sus tareas compartiendo su vida cotidiana al lado de una persona que ya lo ha agredido en otra oportunidad? No debemos olvidar que ser un BUEN EMPLEADOR implica también la protección de los empleados que prestan tareas para la empresa, asegurando su bienestar tanto físico como psíquico. No creo que el trabajador agredido encuentre la seguridad necesaria para desarrollar sus tareas de forma óptima.

Por otro lado, el papel del superior ha quedado lesionado, ya que el empleado agresivo que retoma sus tareas tras la suspensión le ha faltado el respeto, minando su autoridad e imposibilitando el correcto desenvolvimiento de sus roles en el ámbito del trabajo.

Por cada movimiento que busca la erradicación de la violencia en la sociedad, existen un sinnúmero de estas pequeñas tolerancias diarias que la protegen, la esconden y hasta la justifican, acostumbrándonos a actitudes que no pueden ser toleradas en un ámbito social. Si bien puede tratarse de un acto aislado que nunca más se repita, también existe legalmente el deber general de no dañar al otro y la máxima que indica que cada uno de nosotros es responsable por sus actos.

Como supo decir Winston Churchill, “El precio de la grandeza es la responsabilidad.”

Es así que, si el Poder Judicial, órgano encargado de traer justicia a nuestra comunidad -si es que decidimos que el valor “justicia” puede ser alcanzado por ese medio-, debería intentar de remarcar estas responsabilidad, concientizando a cada uno de los miembros de la sociedad, al mismo tiempo que imponer ejemplos positivos que permitan nuestra superación a partir de la confianza recíproca, en lugar de justificar desmanes y conductas disvaliosas, que sólo nos hacen más violentos como sociedad, y más irresponsables como individuos.

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